Este Evangelio fue descubierto en las arenas del desierto egipcio
El Evangelio de Judas es uno de los evangelios apócrifos (es decir, no reconocidos por las Iglesias) del siglo II, del cual solo existe una versión en mal estado del siglo III (las páginas 33 a 58 del Códice Tchacos), depositada en la Fundación Martin Bodmer en Ginebra. Este códice fue probablemente descubierto en 1978, en las arenas del desierto egipcio, cerca de Al Minya.
El manuscrito permaneció en una caja fuerte del Citybank de Long Island, cerca de Nueva York, en Estados Unidos, durante más de dieciséis años, lo que deterioró su estado de conservación. Luego fue adquirido por una fundación suiza en 2001, la Fundación Maecenas para el Arte Antiguo, que lo restauró, tradujo y llevó a cabo diversas pruebas de autenticación, incluyendo la datación por carbono 14.
El Evangelio de Judas fue publicado en 2006 por la National Geographic Society, y el original fue expuesto en Washington. Se había previsto que el original fuera donado al gobierno egipcio y depositado en el Museo Copto de El Cairo. Sin embargo, el códice, que aún está en proceso de restauración y ensamblaje (ya que algunos fragmentos fueron robados antes de la compra), se encuentra actualmente en Ginebra, en la Fundación Martin Bodmer. De hecho, según Rodolphe Kasser, el códice contenía originalmente 31 páginas a doble cara; sin embargo, cuando apareció en el mercado en 1999, solo quedaban 13 páginas. El lanzamiento del texto completo, en la Pascua de 2006, fue acompañado de obras de divulgación que relatan la historia del descubrimiento de la obra.
Según la hipótesis propuesta por el equipo editorial de National Geographic, y ampliamente difundida por los medios, el texto presentaría una interpretación original de la traición de Jesús por parte de Judas, uno de sus apóstoles: “tú los superarás a todos, porque sacrificarás al hombre que me sirve de envoltura carnal”. Al denunciar a Jesús, habría sido el único de sus discípulos que realmente comprendió el mensaje que él quería transmitir. Discípulo muy amado por Jesús, habría tenido que cumplir la más difícil de las misiones: entregarlo a los romanos. Al actuar así, habría seguido una petición del propio Jesús, que le permitió hacer el sacrificio supremo para la redención del mundo.
Traducción francesa del Evangelio
Esta es una traducción al francés realizada por Nathalie BOSSON. No se ha hecho ninguna modificación a este PDF; lo encontré y lo pongo a disposición aquí tal cual.
Fragmento del libro “Sí, hay Infierno, Diablo, Karma”
Judas Iscariote es otro caso muy interesante. Realmente, este apóstol jamás traicionó a Jesús el Cristo. Sólo representó un papel y éste se lo enseñó su Maestro Jesús.
El Drama Cósmico, la vida, pasión y muerte de nuestro Señor el Cristo fue representada desde los antiguos tiempos por todos los grandes avataras.
El Gran Señor de la Atlántida, antes de la segunda catástrofe transapalniana, representó en carne y hueso el mismo drama de Jesús de Nazareth. En cierta ocasión, un misionero católico que llegó a China encontró el mismo drama cósmico entre la gente de raza amarilla: “¡Yo creía que nosotros los cristianos éramos los únicos conocedores de este drama!”, exclamó el misionero. Confundido, colgó los hábitos.
Tal drama fue traído a la Tierra por los Elohim. Cualquier hombre que busca la autorrealización íntima del Ser, tendrá que vivirlo y convertirse en el personaje central de la escena cósmica.
Así pues, cada uno de los doce apóstoles de Jesús de Nazareth tuvo que representar su papel en la escena. Judas no quería ejecutar el que le tocó; solicitó el de Pedro, mas Jesús ya había establecido firmemente la parte que cada discípulo tenía que simbolizar.
El papel que Judas representó tuvo que aprendérselo de memoria, y le fue enseñado por su Maestro.
Judas Iscariote nunca, pues, traicionó al Maestro. El Evangelio de Judas es la disolución del Ego; sin Judas no es posible el Drama Cósmico. Es pues este apóstol el más exaltado adepto, el más elevado de todos los apóstoles del Cristo Jesús.
Indubitablemente, cada uno de los doce tuvo su propio Evangelio. No podríamos negar a Patar, Pedro. Él es el hierofante del sexo, aquel que tiene las llaves del Reino en su diestra, el gran Iniciador.
Y qué diremos de Marcos, quien guardara con tanto amor los misterios de la unción gnóstica. Y qué de Felipe, aquel gran iluminado, cuyo Evangelio nos enseña a salir en cuerpo astral y a viajar con el cuerpo físico en estado de Jinas. Y qué de Juan, con la doctrina del verbo. Y qué de Pablo con la filosofía de los gnósticos. Sería muy largo narrar aquí todo lo que se relaciona con los doce y el Drama Cósmico.
Ha llegado el momento de eliminar de nuestras mentes la ignorancia y los viejos prejuicios religiosos; ha llegado el instante de estudiar a fondo el esoterismo crístico.
V.M. Samael Aun Weor